por Pablo Sieira
“¡No hacemos un carajo!”, gritó la opositora Graciela Camaño en el recinto de la Cámara de Diputados, durante un discurso que, si bien se dio en un contexto específico y tuvo más que ver con una cuestión interna que con una autocrítica sincera, sirve para analizar la ya clásica caída de la actividad parlamentaria en años electorales.
Cambiemos intentó hacer caer la primera sesión del año en la Cámara de Diputados, para evitar quedar en la impopular vereda del rechazo a una serie de proyectos que proponían limitar la suba de tarifas y eximir del pago del impuesto a las ganancias a los jubilados, una trampa clásica montada por la oposición.
El intento (que finalmente se quedó sólo en eso) desencadenó el enojo de Camaño, que a viva voz cuestionó que el oficialismo “se siente sobre la llave” del Congreso y expresó: “¡No podemos seguir mostrándonos cobrando ingentes sumas de dinero mientras no hacemos un carajo! Porque el pueblo está en problemas, por si no se dieron cuenta”.
Pese a haber sido un discurso direccionado a una pelea interna de la Cámara, puso el acento en esa práctica habitual de congelar la actividad parlamentaria en los años electorales, algo contra lo que nadie, sea oficialista y opositor, alza la voz. Y este año no será la excepción.
El Congreso tiene en carpeta al menos tres proyectos de ley institucionalmente relevantes: la reforma del Código Penal, el nuevo Régimen Penal Juvenil y el nuevo sistema de financiamiento de las campañas electorales.
Tanto las autoridades de la Cámara de Diputados como los principales referentes del Senado señalan que ven muy pocas chances de que esas tres iniciativas avancen este año y lo dicen sin el autocrítico “no hacemos un carajo”.
Al contrario, las bajas expectativas de que se conviertan en ley se justifican, por un lado, en el hecho de ser un año electoral que para colmo tiene a casi todas las provincias concurriendo a las urnas en distintos días, lo que hará aún más difícil la asistencia perfecta de los legisladores, que estarán más pendientes de participar de los cierres de campaña que de dar quórum en la Cámara que les corresponda.
Por otro lado, las pocas chances de que esos proyectos avancen, según comentan los legisladores, es que la tensión electoral repercute lógicamente en la relación entre el oficialismo y ese sector de la oposición (Alternativa Federal, Frente Renovador) que hasta ahora colaboró -negociaciones más negociaciones menos- con un Gobierno que no tiene mayoría en el Congreso.
Actualmente todos los puentes entre Cambiemos y la oposición están rotos y, por si no bastara, los puentes entre los propios integrantes de la coalición oficialista están flojos, como lo demostraron en la sesión de Diputados la radical Teresita Villavicencio, que ayudó a la oposición a llegar al quórum, y su correligionaria Roxana Reyes, que habló a favor del proyecto opositor para limitar la suba de tarifas.
Además, los tres proyectos en cuestión son complejos: el Código Penal podría abrir nuevamente una discusión relacionada con el aborto (tema que casi nadie quiere tocar en en plena campaña), el Régimen Penal Juvenil plantea diferencias en torno a la baja de la edad de imputabilidad y el financiamiento político había sido fuertemente objetado por Elisa Carrió, lo que siembra dudas sobre su avance en Diputados, en caso de que el Senado logre aprobarlo.
Nada hasta el momento permite pensar que el discurso de Camaño conmoverá a los legisladores de tal forma que no ocurra lo que en todos los años electorales. Menos, en un año electoral tan especial como este.
(*): Especial de NA.